La degradación de la televisión en los últimos años ha corrido pareja a la degradación cultural de la propia sociedad. El término “telebasura” ha surgido para designar a un tipo de televisión, en concreto, que ha sido objeto de críticas por su baja calidad o su objeto basado en el cotilleo, pero que no ha tenido una definición clara. Por una parte, este tipo de programación recibe acusaciones de todos los males sociales, pero por otra es defendida, como el modus vivendi de quienes la realizan y una opción que las audiencias eligen libremente y que debe ser respetada. Esto nos plantea algunas preguntas: ¿Qué es exactamente la telebasura? ¿Es objetivamente censurable o recibe críticas desmedidas? ¿Ante sus buenas audiencias, es lo que, realmente, la gente quiere ver? ¿Es una televisión popular frente a otra más intelectual? ¿Es una forma legítima de ganarse la vida, para quienes trabajan en ella? ¿Todo vale en televisión, mientras tenga audiencia? ¿Cuál es el límite al mal gusto?
Para empezar, tenemos que designar lo que no es telebasura, a efectos que verdaderamente importan. La telebasura no la componen los programas técnicamente mal hechos o con pocos medios o con profesionales inexpertos, ni los de entretenimiento simplón, sin contenido educativo ni, mucho menos, los que, simplemente, no nos gustan a cada uno. No son retrasmisiones deportivas de juegos pintorescos ni películas de serie b ni videos que no entran ni conexiones fallidas. La telebasura, por tanto, no es cuestión de gustos, sino una realidad objetiva, y no es cuestión, tampoco, de medios técnicos, sino de ética.
La televisión puede educar y entretener. Aunque es fantástico que eduque, el simple entretenimiento ya es un valor en sí mismo. No podemos obligar a un programa televisivo a que tenga un contenido intelectual, cultural o educativo concreto. Si lo tiene, mucho mejor, pero no es algo exigible, porque la mera distracción, ya es, en sí, positiva. Lo que sí le podemos demandar es que no deseduque. Si un espacio televisivo contiene valores éticos remarcables, tanto mejor, pero no tiene por qué tenerlos, no es algo a lo que esté obligado. Sí que podemos exigir, en cambio, que no sea inmoral, que no contenga un déficit ético, que no ofrezca contravalores negativos. La telebasura no es, por tanto, el mero entretenimiento desprovisto de contenido cultural, mientras este entretenimiento no quebrante normas éticas básicas.
Podemos definir ya lo que entendemos por telebasura: aquel espectáculo televisivo basado en el morbo que produce ver a personas en situaciones de menoscabo de su dignidad. En la edad media existía un espectáculo consistente en que personas discapacitadas se peleasen y auto-humillasen en el barro, a cambio de unas propinas. Nuestra telebasura sería el equivalente a ese espectáculo, a esta feria de fenómenos. Una discusión sobre si una fulana hipersiliconada masturbó o no a un gigoló de folclóricas retiradas, una entrevista a un torero sobre su posible hijo putativo, un debate sobre cualquier tema, político, social o personal, que está a punto de llegar a las manos y en el que se producen insultos e imprecaciones, o una cámara espía que nos permite contemplar a personas en situación intima, más o menos incómoda o denigrante, serían ejemplos. Nuestra feria de fenómenos actual. En todos los casos, el sentido del espectáculo consiste en degradar la dignidad de sus participantes, independientemente de que estos se presten voluntariamente a ello a cambio de dinero, promoción o ambos. Resultan evidentes los problemas éticos que, al margen de gustos, plantean estos programas. No son simplemente amorales, sino directamente inmorales.
Tenía un profesor, que denominaba los programas de cotilleo como pornografía de baja intensidad. Estoy de acuerdo, salvo por la atribución de intensidades. La pornografía de baja intensidad es la de la gente teniendo sexo. Al fin y al cabo, el sexo, en sí mismo, no tiene nada de particular y es su trivialización y su comercialización lo que plantea, en la pornografía, problemas morales, dado que frivoliza algo tan importante para la intimidad de las personas como su sexualidad, lo que, de manera indirecta, puede menoscabar su dignidad. ¿Cómo no considerar, entonces, a la pornografía del cotilleo, como la de alta intensidad, cuando su objeto, precisamente, es regocijarse con la humillación y la perdida de dignidad de sus protagonistas de manera directa e inequívoca?
Suele argumentarse, que la telebasura es lo que la gente quiere ver, pero esto, ni es excusa ni es del todo cierto, pese a las buenas audiencias que cosecha. No es excusa porque, como decimos, el reproche a estos programas es objetivo, no depende de gustos o valoraciones personales o subjetivas, sino que es de naturaleza ética, de modo que, aunque fuera cierto que estos programas son lo que demandan los espectadores, eso no los justificaría. Pero es que tampoco es así. Por una parte, porque los gustos de los telespectadores también se educan, hasta cierto punto, con lo que les ofrece la parrilla televisiva. Siempre hay, desde luego, un margen de libertad en lo que uno ve y lo que no, pero indudablemente está muy mediatizado por aquello que se nos ofrece y por cómo se nos ofrece.
Si en lugar de educar a los televidentes en la aceptación de la telebasura, se les hubiera educado en una televisión con un contenido ético mayor, estos programas serían más demandados. Por otra parte, el éxito de la telebasura es relativo. Ciertamente, la ve mucha gente, pero también mucha la rechaza. Esa cantinela de “la ve todo el mundo” es una falacia. Por mucha gente que la vea, mucha más se abstiene de hacerlo, y no poca la critica. Por desgracia estamos perdiendo, a fuerza de repetición, la capacidad para escandalizarnos por la basura televisiva. No es que los espectadores la demanden, pero sí, cada vez más, la consumen, por inconsciencia o hastío.
Otro factor que explica las buenas audiencias de estos programas, es como saben revestirse de un aura de acontecimiento llamativo, aunque no necesariamente en un sentido positivo. Funciona un poco como los accidentes de tráfico. Nadie quiere que se produzcan, pero cuando uno se tropieza con uno, en la carretera, mira hacia él. Despiertan nuestra curiosidad porque son sucesos relevantes, negativos, pero relevantes. Algo trascendente ha ocurrido en la carretera, algunas personas han resultado heridas o, en el peor de los casos, muertas. Es algo trascendente, aunque no nos incumba. La telebasura juega con esa curiosidad. Si uno llega cansado a casa y pone la tele, un debate sesudo sobre una determinada cuestión puede resultarle aburrido y llevarle a cambiar de canal, pero si encuentra gente gritando y peleándose, incluso realizando conatos de agresión física, es posible que permanezca más tiempo en ese canal. Eso no significa que esta persona quiera ver un debate sórdido, convertido en una batalla campal de mala educación e insultos. No es eso lo de demanda como espectador. Simplemente le cuesta cambiar más de canal, porque percibe que está pasando algo relevante, algo que llama su atención. Gritos, insultos, tal vez agresiones. No es positivo, no es edificante, pero permanece unos minutos más presenciando el espectáculo, esperando a ver qué pasa, si llega o no, la sangre al rio.
Obviamente, que la gente tenga interés por los accidentes de tráfico, no quiere decir que haya que provocarlos voluntariamente, para entretener a los conductores. Que las situaciones humillantes y el menoscabo de la dignidad de las estrellas televisivas, llamen la atención y congreguen a un buen número de espectadores delante de las pantallas, no quiere decir que haya que provocar esas situaciones sórdidas voluntariamente. Hacerlo podrá conseguir audiencia, pero sigue siendo inmoral y detestable, una indignidad para quienes participan de ellas y para quienes las contemplan.
La Real Academia Española denomina telebasura al “conjunto de programas televisivos de contenidos zafios y vulgares”. Pero la telebasura es una fuente de beneficios económicos porque realiza programas de bajo coste buscando altas audiencias, para ganar dinero con la publicidad. De hecho, se la utiliza para atraer a más telespectadores.
En la telebasura se utiliza el sensacionalismo, la vulgaridad, el morbo, la obscenidad, los acontecimientos impactantes… Se utiliza la vida de personajes famosos o famosillos sin respeto alguno por la privacidad ni los derechos fundamentales de la persona… Otras de sus características son:
- Manipular la información.
- Convertir la miseria humana y el dolor en un espectáculo.
- Usar un lenguaje lleno de gritos e insultos en vez de fomentar el diálogo.
- Organizar auténticos juicios mediáticos paralelos donde las personas atacadas no tienen posibilidad de defenderse ni de desmentir eficazmente lo que se dice de ellas…
Este tipo de programas basura acaban por acostumbrar a los espectadores a temas sin ningún contenido valioso. Una consecuencia de esto es que otros programas que sí son respetuosos con la verdad o son de interés social o cultural van desapareciendo de las programaciones televisivas, siempre atentas a la audiencia.
El psiquiatra Enrique Rojas dio la voz de alarma ya hace tiempo, advirtiendo que la telebasura puede provocar conflictos familiares; puede favorecer personalidades enfermizas; puede alterar nuestro equilibrio emocional; mata nuestro tiempo; contiene altas dosis de modelos erróneos que influirán negativamente en nuestra vida y puede ser causa de una muerte lenta de nuestros proyectos e ilusiones…